“Cómodas y viajeras navegan sin destinos, ilusiones, placeres, el mañana.
Tontas de crítica, sucumben sin vacilación diseminadas por el espacio todo el
tiempo. Cuan feliz la adolescencia, cuánta experiencia de sobremanera en la
juventud apoyada en la esencia; revivo porque creo en mañana. Amo y sobrevivo
porque existe un eco, porque existe quien la produce…
Setiembre, 18 del 2000, sábado. Asunción, bello día de toque floresta.
Ruidosa mañana, calles de impetuosos colores y de fieles admiradores semanales.
En esos días, sabrá el poeta, impasible y desafiante transcurre
la vida buscando un encuentro. Calurosa tarde. La vigilia solitaria
calmó sus ansias a orillas de una bahía templada de áureos rayos.
Y como seleccionada entre multitud -ella- buscó descanso en la silueta de
los arboles, junto a mis pies, quienes reposaban de la estival temperatura.
¡Llegaste!, posaste tu figura a la sombra de los antojos y escondida tras
las gafas tus manos apuntaron hacia mí.
-¡Me invitas un cigarrillo! –Dijo-, mirándome directamente a los ojos.
-¡Cómo no! -Sin dudar, pero sorprendido respondí-.
Sabrá el poeta esa tarde hacia que rumbos apuntaban las ganas y las
promesas. Con vos susurrante al culminar el acto predije:
-¡Cayó el telón!
Intrépida y sin ataduras respondió.
- No soy de aquí. -¡Solo estoy de paso!
En el instante pensé. -Una broma extranjera-. Aún así musitabas con acento
foráneo…
-Llegué del oeste, más allá de las fronteras -Soy turista-.
Aquella apasionada respuesta abrió en mí las alocadas intenciones de
ayudarla a visitar los mejores sitios de la colonial ciudad que nos resguarda.
- La invité a conocer-.
Mas la timidez del poeta, de soñador y bohemio, allende lucieron.
Y a mitad del día nos llevamos, tú a mí, yo a ti. Por esos senderos donde
solo las palabras llegan ayudadas por las miradas y las tentaciones
estacionadas en la mesa; copa a copa caía la tarde, el ocaso transgredía
fronteras, pero todavía no las nuestras.
- Mucho gusto. -Me dijo-, debo partir.
Ante tal situación, hurgue las bellezas y los rincones de la ciudad solo
por retenerla; bastó con maldecir la hora, lo injusto ante una buena compañía.
- Sabes, un gusto conversar contigo. -Continuó diciéndome-. Pero las cosas
no son tan sencillas fuera de casa. ¡Debo regresar!
Promediando las horas gané su atención.
- ¡Huirás de mí!- Me atreví a preguntar.
- Es tarde-, no avise sobre mi tardanza.
Pero espera…
- ¡Llámalos!, mantenlos informados de ti.
- Procuraré-, pues me gusta la conversación que nos atraviesa.
Fue el primer rato de zozobra de nuestros futuros encuentros.
Crispado el inconveniente sobre la situación; volvieron las palabras a
exhibirse en conatos de confianza. Las preguntas rondaban lo personal; mi vida,
tu vida, pasado, presente y los sueños. Confiado en mis ojos, despolvaba toda
artimaña al agrado.
- Nuestras vidas buscan acostumbrarse, someterse, crear su propia efigie
ante la inmensidad de alternativas. –Clamé-, ante su mirada hipnotizada.
- ¿Qué? No entiendo. – ¿Quisiste decirme algo?-.
Y no sabiendo describir ese momento…
- Su compañía es muy agradable. -Contesté-. Es inolvidable este día.
- Gracias, lo mismo digo. - Acercó a decirme.
Ante su presencia y la falta de cometarios de donde sea inventé palabras,
halagos. Temía que parta y nunca más la viera.
Cada segundo fueron correspondidos con su debida intención como amantes
dejándose llevar por la gravedad del viento. Es que, fue tan ocasional el
encuentro que el poeta no quiso desaprovechar el memorable día, y por momentos,
olvidó su peregrina soledad.
Presos en el tiempo y liberados de toda inquietud vimos morir el ocaso
lentamente, llevándose nuestros miedos, hundirse en el poniente. De lo foráneo
y extrañezas las conjugamos por aquel instante de ensueños y pretextos. Dos
culturas unían sus intenciones con el más sincero esmero al placer, conocerse,
descubrir los más lejanos territorios que envuelven sus cuerpos.
El poeta y la extranjera a la luz de la luna cantaron sus coplas. Ella
quedó cautiva en las palabras, él y su solapada intención fueron llegando al
hecho marcados por el ritmo de los gestos. Dos culturas un sentido, pasarla
bien, la que podría ser la última aventura antes de transgredir el nuevo día.
Sentados en la misma cama; aquella vez,
tres noches de historias sumaron al tiempo. La primavera anidó el alma
del poeta –no sabiendo- que partiría su musa la misma fecha de toque floresta.
Ella a sus 20 y él a los nueve más que llevaba por delante, cómodas, viajeras;
vieron morir sin destino, ilusiones, placeres…el mañana.”