Susurra indómita valentía;
surca el cóncavo pecho
arranca la vida
si a si lo quieres.
Corre al miedo
que me delata.
Confieso llevar el vicio
de hombres errantes…
la estructura que no pondera
argucias profanas.
Confieso susurrante
a mi alma perenne;
mientras la vida súplica
-ambiguamente-, ¡piedad!
Pero la soledad perversa
se hamaca y me besa
con lengua de áspid,
colmillos del diablo,
arrebuja su ponzoña.
No quisiera poder infinito
morir tantas veces, lentamente.
Ciertamente…, debo morir
pero, no tristemente.
Indómita valentía
surca tenue,
y desdichada has partir
al intruso malevo.
Al cruel engaño de muchos
… coraje de falsarios.
Darío R. Portillo
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